Es
fácil detectar la diferencia entre una persona pesimista y una optimista; un
ejemplo muy sencillo: el pesimista no recuerda que el lirio pertenece a la
familia de la cebolla; el optimista, en cambio, nos recuerda que la cebolla
pertenece a la familia del lirio. Son puntos de vista diferentes. El optimismo
es una característica que permite interpretar acontecimientos externos de una
manera favorable y positiva, independientemente de su carácter.
Las
personas optimistas tienden a fijarse más en el lado amable y constructivo de
la vida; suelen ver posibilidades y soluciones donde otros no ven nada más que
problemas y dificultades. Una actitud optimista está relacionada con la
confianza en las propias capacidades de lograr lo que nos proponemos; es decir,
con una alta auto-estima. Los beneficios que reporta una actitud optimista son
evidentes: mejor estado de salud en general, se es más alegre y entusiasta, más
emprendedor; suelen enfermarse menos y si enferman se recuperan más
rápidamente.
Tener
optimismo no es garantía del éxito, no soluciona los problemas, no tiene un
efecto mágico para salir triunfante, pero sí nos permite recuperarnos más
fácilmente en los fracasos. No se trata de desear las cosas o dejarlas a la suerte;
hay que hacer que ocurran. Una actitud razonablemente optimista impulsa a
buscar de manera reflexiva soluciones a las dificultades, lo cual permite
tratar los hechos desde perspectivas diferentes y analizar las cosas a partir
de los puntos favorables.
Para
una pareja de esposos, para una familia, el optimismo es energía que
transforma, incluso lo negativo en perspectivas esperanzadoras: siempre es
posible mejorar la conducta, encuentra soluciones poniendo en juego el ingenio,
puede sonreír entre las lágrimas, ver el sol entre la niebla, transformar la
adversidad en un desafío.
Pero
se debe fomentar el optimismo con actitudes concretas: revisando qué se puede
hacer para mejorar lo que está mal y no quedarse en la crítica y la queja;
tratando de ocuparse de las situaciones y no quedarse solo en la preocupación;
ver lo positivo de las otras personas y valorarlo en su justo precio; revisar
lo que sabotea el optimismo, como es la inseguridad.
Un
recurso que favorece el optimismo es el desarrollo de la ‘riso-terapia’; es un
recurso tan sencillo, pero muy efectivo: nadie es tan rico que no necesite de
una sonrisa, y nadie es tan pobre que no pueda enriquecer al hermano con una
sonrisa. Se ha comprobado científicamente que la risa es un tónico de la vida,
es un elixir, y que es la mejor medicina de que pueda disponer el ser humano.
Alguien definió la sonrisa como ‘la estampilla de Dios’.
Incluso
para la corrección del hermano puede ser útil una sonrisa no burlesca: es tan
diferente corregir a otro con agresividad, humillándolo, a corregir con una
sonrisa, tal vez picaresca, que le haga entender que falló en la conducta, pero
que ha encontrado a alguien que lo comprende y que quiere ayudarlo.
Dicen
que para hacer una mueca de rechazo y de desagrado hay que poner en movimiento
74 músculos de la cara; en cambio, para sonreír bastan solo 16; de ahí que se
concluya sugiriendo un buen slogan: ‘sonría, que cuesta menos’. Se recuerda con
grata impresión cuando Juan Pablo I, recién elegido Papa, apareció en el balcón
de la basílica del Vaticano sonriendo; aquella sonrisa le dio la vuelta al
mundo y desde entonces se le llamó como ‘el Papa que sonríe’. Una
sonrisa puede hacer historia.
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